CARTA A POPEYE LÚCULO AVIADOR SEBASTIÁN PIÑERA
CARTA A POPEYE LÚCULO AVIADOR SEBASTIÁN PIÑERA
Por Rafael Luis Gumucio Rivas (16/12/2005)
Espero que no se enoje por los sobrenombres, pues constituye una manera simpática de presentarlo al público. Tenemos en común que nuestros padres, el genial José Piñera y Rafael Agustín Gumucio eran falangistas, empleados públicos y poseían casas Ley Pereira, producto de una previsión solidaria que, su hermano, el Atila José Piñera, sirviente de Daniel López, borró de un solo plumazo entregando los dineros de los miserables cotizantes a las insaciables AFP.
Los empleados públicos en la época de la República, ya fenecida, no tenían dinero para comprar acciones en la bolsa de comercio: el único gusto que se podían dar los falangistas era, de tiempo en tiempo, apostar algunos pesos a algún pingo, recomendado por Jaime Castillo Velasco. Entre las familias de la flecha roja reinaba, además de la amistad familiar, la amistad cívica. No pocas veces, cuando niños, nuestros padres nos obligaban a asistir a unos paseos al Cerro San Cristóbal. Como usted comprenderá, ese Chile, pobre pero honrado, fue arrasado por los tucanes y otros pájaros que apoyan su candidatura. Tampoco lo han hecho mal los conversos que, desde el marxismo, han pasado a ser verdugos adoradores del mercado.
Entiendo que los humanistas cristianos son aquellos que creen en la famosa apuesta de Pascal que sostiene que si hay Dios, todos iremos al paraíso, y si no lo hay, ya lo sabremos; un mínimo de inteligencia debiera llevarnos a todos a apostar por la primera posibilidad. No me parece adecuado, ni ético, ni estético descalificar a Michelle Bachelet por el solo hecho de ser agnóstica, es decir, afirmar que no sabe lo que ocurrirá en otra vida. Como decía el místico ateniense, Epicuro, hay dos obstáculos para evitar el dolor y buscar el placer: el primero es la muerte, que no la temeríamos si supiéramos que es la más perfecta inconciencia, y el segundo, son los dioses que, como sabemos, no se preocupan de las cosas humanas. Como usted puede ver, el debate entre creyentes y agnósticos puede prolongarse al infinito.
No puedo estar de acuerdo con usted en utilizar el humanismo cristiano para cazar incautos y borregos, que le permitan triunfar en la segunda vuelta. Es cierto que hay muchas formas de ser cristiano: un criminal como Francisco Franco siempre creyó ser parte de una cruzada contra los marxistas ateos, introduciendo a los moros en España; Daniel López Pinochet, antaño adorado por sus pasados y actuales partidarios, comulgaba y mataba, mataba y le daba gracias a Dios en la comunión. Los capellanes del ejército bendecían a los torturadores y lograban confesiones de los detenidos: en sus filas, estimado don Sebastián, están los niños del Corazón de Jesús, discípulos del Opus Dei y de los Legionarios de Cristo que, no encontrando moros que matar físicamente, la arremeten contra el divorcio y la píldora del día después; sin niños de misa de misa diaria como Joaquín Lavín, Pablo Longueira, Jovino Novoa, usted no podría competir, con posibilidades de éxito, contra la abeja reina, Michelle. “A Dios rogando y con el mazo dando”.
Hay un cristianismo, como el falangista, que entendía que la política era plural y su fe no les impedía aliarse con los seguidores del gran arquitecto (los radicales); los filósofos que inspiraron a los falangistas separaban la política de la religión, rechazando el integrismo al estilo Legionarios de Cristo u Opus Dei, que llevó, a la mayoría de los católicos, a apoyar al gobierno de la ocupación, presidido por Philipe Petain. Los falangistas chilenos fueron siempre marginados por los latifundistas conservadores: al menos dos veces estuvieron a punto de ser excomulgados por monseñor Augusto Salinas y el Cardenal José María Caro por el solo crimen de defender el derecho de los comunistas a la ciudadanía.
No es extraño que, una vez caído el muro de Berlín, revivan las cruzadas religiosas y, como usted se educó en los Estados Unidos y lee corrientemente el inglés, no es extraño que le hayan influido algunos periódicos reaccionarios norteamericanos que cantan loas a la pena de muerte y alaban a George Bush como el Godofredo que aniquilará a los herejes chiitas, en Irak. Como usted ve, si este cristianismo cruel y asesino representa los valores chilenos, prefiero encontrarme dentro de los pérfidos ateos.
Afortunadamente, el debate entre laicos y cristianos, entre radicales y conservadores, hace mucho tiempo que es sólo pasado y forma parte de nuestra historia; sería imposible revivir los discursos feministas de la anarquista Belén de Sárraga, que encantaban a nuestros grandes narradores José Santos González Vega y Manuel Rojas; hoy sería un personaje cómico Puelma, que se declaraba el enemigo personal de Dios, o el original Pope Julio Elizalde, que gozaba denunciando curitas célibes y pedófilos, (al parecer, este vicio clerical se mantiene hasta nuestro días).
En los años sesenta, las posiciones de la iglesia católica, gracias al bondadoso gordito Juan XXIII, fueron mucho más avanzadas que las de los demócrata cristianos actuales: los teólogos de la liberación nos enseñaron sobre la opción preferencial por los pobres y, sobretodo, conocer a amar a nuestro mestizo continente; ya no era santo el que se golpeaba más el pecho y despreciaba a los trabajadores, sino aquel que luchaba, juntos a los obreros y campesinos, por liberación. Cristianos y marxistas dialogaban, se encontraban y convergían: eran dos sueños despiertos, en lenguaje de Ernst Bloch, que abría horizontes de esperanza. Los teólogos nos hablan de aquellos cristianos anónimos que sin hacer pública la fe, realizan obras de santidad, como puede ser el caso de Michelle Bachelet que padeció la muerte de su padre, por la traición de los generales de la Fach, que cayó en manos de los torturadores de la DINA junto a su madre, que vivió el exilio en Alemania, que sirvió, como médico, a las víctimas de la tortura, que fue gran ministra de Salud y de Defensa, es decir, muchas veces los agnósticos llevan, integralmente, las enseñanzas del dulce Maestro Galileo. No parece cristiano, estimado Sebastián, tratar de tontuela, que no da el ancho, que no tiene personalidad de estadista, a tan valiente e inteligente dama.
La verdad, es que la palabra “humanismo cristiano” a mí no me atrae: ¿se refiere a los demócratacristianos? ¿A los fascistas cristianos? ¿A los izquierditas cristianos? Como puede ver, amigo Sebastián, el término es una vaguedad completa que no sirve, ni siquiera, para atraer a los indecisos. La Democracia Cristiana, que en un tiempo tuvo ideales, que fue capaz de proponer una revolución en libertad, hoy se ha transformado, como todos los partidos políticos de la casta plutocrática, en un conjunto de líderes pragmáticos, que lo único que saben es construir combinaciones de ingeniería electoral, de técnicas de poder, carentes de toda ética.
Si estudiamos de la historia de la Democracia Cristiana podemos constatar que, desde su nacimiento, en la falange, fue teatro de terribles combates entre facciones: en el congreso, en el sindicato de los peluqueros, se enfrentaron los místicos, como Jaime Castillo y Radomiro Tomic, partidarios de apoyar al social-cristiano Eduardo Cruz-Coke a la presidencia y los políticos de izquierda que sostenían a Gabriel González Videla. Según cuentan, se tiraban las sillas entre todos. En los años 60, con el triunfo de Eduardo Frei Montalva, se dividieron, como usted recordará, en rebeldes, terceristas y gobiernistas; posteriormente, en los años 70, en guatones y chascones, hoy en alvearistas y colorines. Ahora y siempre, la Democracia Cristiana será una federación de facciones: antes los unía los fundadores, hoy la mayoría muertos. Es evidente, don Sebastián, que usted logrará conquistar a algunos de los llamados humanista-cristianos, son derechistas de tomo y lomo, incluso el dictador Daniel López Pinochet logró el apoyo del arribista Carmona y de otros muchos otros y, ahora, se repite la historia de Gabriel Tomic, el empresario Navarro y tantos otros, a su candidatura.
Como usted sabe, la derecha liberal fue uno de los tantos inútiles proyectos de la Concertación. Usted, Alberto Espina y la gatita Carmen Ibáñez son los eslabones perdidos de la derecha democrática, incluso Moisés Allamand los había abandonado, ahora, por obra y gracia de ser candidato de la derecha, para la segunda vuelta, todos mezclados bailan juntitos: el Cristo de Pablo Longueira, el guatón Moreira y la “dulce” Jacqui comparten la pista con Usted, mi querido Sebastián. Por un gran milagro, hoy los ex amigos de Daniel López Pinochet, se han convertido en adores de la democracia y depositarios de los valores del humanismo cristiano.
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